Las maestras de Sarmiento
Con el objetivo último de formar ciudadanos disciplinados, y sin ser eruditos en ninguna rama en especial de la ciencia (“saber lo necesario”[1]), “se conformó una mística del servidor público preocupado por las necesidades del Estado, lo cual contribuyó a debilitar los esfuerzos por legitimar científicamente la enseñanza y consolidó el camino hacia la burocratización.”[2] Estos docentes eran burócratas, empleados del Estado que obedecían de manera neutral y fiel a su empleador, y con una misión “sagrada, vocacional, de entrega, equivalente a la del sacerdote”[3] heredada de los orígenes eclesiásticos de la escolaridad primaria, pero a la vez constituyendo una ruptura con aquellos docentes laicos no titulados que solían enseñar como una actividad extra, sin control del Estado, sin el proyecto homogeneizador, universal, igualador de la escuela primaria que crecería con el sistema educativo argentino.
El trabajo docente no era diferente del sacerdotal: sólo cambiaba el contenido, ya que ahora era su deber inculcar de manera neutral y aséptica la moral laica. “El proyecto normalista triunfante hizo suyas las preocupaciones de Sarmiento y formó egresados que lucharían contra el enemigo interno: la ignorancia.”[4]
Y la ignorancia estaba representada por personas de carne y hueso, como el maestro sin título, el maestro-cura, el maestro anarquista. Los normalistas tenían derecho y eran los elegidos, los de moral íntegra y vocación innata, sin preocupación “por la formación intelectual: el eje de la instrucción pasó de la repetición memorística al despliegue de una actitud pastoral secularizada atravesada por una carrera burocrática”[5]
Lo moral, lo vocacional, la misión de funcionario de Estado (con los consiguientes problemas salariales). La dicotomía de Sarmiento, “Civilización o barbarie” se resolvía con la institución escolar llevada a cabo por el ejército de maestras normalistas.
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[1] Birgin, A ( 1999) , Cap 1 La configuración del trabajo de enseñar: de profesión libre a profesión de Estado” en El trabajo de enseñar. Ed Troquel, Bs As
[2] Birgin, A. Op. Cit. Pág.5
[3] Birgin, A. Op.Cit.pág.6
[4] Birgin, A. Op.Cit.pág.6
[5] Birgin, A. Op.Cit.pág.7
El trabajo docente no era diferente del sacerdotal: sólo cambiaba el contenido, ya que ahora era su deber inculcar de manera neutral y aséptica la moral laica. “El proyecto normalista triunfante hizo suyas las preocupaciones de Sarmiento y formó egresados que lucharían contra el enemigo interno: la ignorancia.”[4]
Y la ignorancia estaba representada por personas de carne y hueso, como el maestro sin título, el maestro-cura, el maestro anarquista. Los normalistas tenían derecho y eran los elegidos, los de moral íntegra y vocación innata, sin preocupación “por la formación intelectual: el eje de la instrucción pasó de la repetición memorística al despliegue de una actitud pastoral secularizada atravesada por una carrera burocrática”[5]
Lo moral, lo vocacional, la misión de funcionario de Estado (con los consiguientes problemas salariales). La dicotomía de Sarmiento, “Civilización o barbarie” se resolvía con la institución escolar llevada a cabo por el ejército de maestras normalistas.
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[1] Birgin, A ( 1999) , Cap 1 La configuración del trabajo de enseñar: de profesión libre a profesión de Estado” en El trabajo de enseñar. Ed Troquel, Bs As
[2] Birgin, A. Op. Cit. Pág.5
[3] Birgin, A. Op.Cit.pág.6
[4] Birgin, A. Op.Cit.pág.6
[5] Birgin, A. Op.Cit.pág.7
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